Tonterías, las justas

stoy-malita

Hay muchas cosas a las que una persona que prepara oposiciones no tiene derecho mientras dure su aventura, aunque lo diga la mismísima Constitución. Entre ellas y por ejemplo, el de caer enferma.

Qué lejos queda aquello de encontrarse mal y echarse un rato en el sofá hasta que se pasara. O lo de llorar a moco tendido cuando había ganas. Pero claro, entonces tenía tiempo y ahora tengo temas. Entonces podía permitirme que se me hincharan los ojos y ahora, si se me hinchan, tengo que continuar por donde iba y, encima, con los ojos hinchados. Así que mejor guardar la calma y que no panda el cúnico.

Un opositor tampoco puede permitirse tener una mala tarde, ni que le siente mal un comentario ni, mucho menos, preocuparse por algo. Porque ni se puede parar, ni se puede «rayar”, ni se puede sentar y esperar a que se le pase. Es más, más vale que evite con soltura todo este tipo de situaciones porque al final suele haber, como premio, una buena reprimenda del preparador. Que para eso está, por otro lado. Aunque bien pensado, ni falta que hace. Porque ya se fustiga él solito imaginándose todo tipo de calamidades y desgracias si no llega al número de temas previsto. ¡El mundo se pararía! (como mínimo).

Es paradójico. Antes me quejaba por cosas que ahora me producen risa, y desde que oposito, aunque las razones para quejarme han pasado a ser de verdadero peso, ya no tengo derecho a decirlas muy alto. Algo así como lo que le pasó a Pedro con el lobo. Porque dicen que yo elegí estar donde estoy. Cierto. Pero yo no sabía que estar donde estoy sería como es. Eso también es verdad. Aunque se ve que no es tan fácil de comprender como parece.

Un buen opositor no puede ponerse malo. Tonterías, las justas. ¿Qué dónde lo pone? Pues no sé el sitio exacto, pero se ve que es una especie de mutación que sufren tales individuos en su ADN los primeros meses, porque todos, al cabo de un tiempo, acaban entrando en pánico cuando ven que alguien de casa empieza a tener algunas décimas de fiebre. ¡¿Y si se lo pegan?!

Es algo así como una maldición de la que sólo puede liberarse ganando el juego, a lo Mario Bros: saltando escalones kilométricos  y lanzando bolas de fuego a los que tratan de darse con nosotros en nuestra carrera hacia la cima. Lo importante es seguir ganando puntos, supongo. Y si pillas alguna vida, mejor que mejor. O, para los que son más de Tetris, lo suyo es encajar las piezas que vayan viniendo antes de que acabe el tiempo. Aquí pasa exactamente igual.

Lo bueno de todo esto (siempre lo hay) es que a base de pasar tantas horas conmigo misma estoy llegando al punto de poder predecir con bastante fiabilidad mis momentos de debilidad. Y eso no es una tontería. Porque haberlos haylos, y todo el mundo los tiene, pero no todos son conscientes de ellos.

Y ahí está la diferencia entre los que vencen y los que son vencidos.

Porque no hay mayor virtud que la de conocer los propios defectos.

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